Tuesday, December 9, 2014

12/12/2014 – Homilía de la Solemnidad de la Virgen de Guadalupe – Lucas 1, 39-47

       Hoy es una celebración muy grande para nosotros en la Iglesia católica, y para nosotros en la comunidad hispana.  Estamos juntos como una comunidad de fe alrededor de la mesa de nuestro Señor para celebrar la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe.  La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe no solo está ubicada en la tilma de Juan Diego – Nuestra Señora también está ubicada en los corazones de los creyentes que la invocan con ternura y confianza.  Nuestra Señora de Guadalupe infundió el espíritu de vida en los corazones de los primeros evangelizadores en América Latina.  Además, ella avanzó la conversión de muchas personas que antes no conocían a Nuestro Señor.  Por supuesto, Nuestra Señora de Guadalupe protegió  la Iglesia de nuestro continente en los momentos de dificultades y desafíos.  Ella es un símbolo que tiene mucho significado en nuestra fe, en nuestra cultura, y en nuestros corazones.   Pero, es mas de un símbolo.  Es nuestra madre que tiene una relación con nosotros.
        En el Evangelio de esta solemnidad, escuchamos sobre la visita de la Virgen María a su prima Isabel.  Esta visita a Isabel es una peregrinación de fe. Cada año, millones de peregrinos van a la Basílica de Guadalupe en México como un fruto de su fe.  Esta noche, no estamos en la Basílica en México, pero, en nuestros corazones, somos peregrinos llenos de fe a la Santísima Virgen en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe.  Esta noche, llegamos a la iglesia para acordarse de la capilla que la Virgen pidió a Juan Diego, una capilla donde ella prometió mostrar todo su amor, toda su compasión, y todo auxilio a los moradores de este continente y a los amadores suyos que la invoquen y en ella confíen.
        Hoy, damos gracias a Nuestra Señora de Guadalupe, porque nuestra madre está muy cerca de nosotros.  Ella nos cuida y ella nos cobija, como hizo a Juan Diego con el sombra  de su manto.  Alabamos a la Virgen de Guadalupe, la Madre de Dios, porque ella es la primera discípula de su hijo y la discípula mas perfecta también.   En ella, tenemos la primera misionera de la Iglesia. 
          Oremos:  Madre nuestra, ven en nuestra ayuda a fin de que vivamos fraternalmente unidos y siempre seamos solidarios, generosos y serviciales.
 Madre y Reina de México, Madre y Reina de la Américas, protege a los más débiles de nuestras comunidades y de nuestro país: a los niños y a los ancianos, a los pobres y a los enfermos, a los emigrantes y los desempleados. Finalmente, Virgen bendita y Madre gloriosa, te pedimos que cuides de todas nuestras familias y de todos nuestros hijos.  En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.  AMEN.

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