Friday, March 9, 2012

3/11/2012 – el tercer domingo de Cuaresma – Juan 2:13-25



Jesús entró el Templo de Jerusalén, un lugar muy santo y muy sagrado – el Templo de Dios.  En este lugar muy santo, El miró muchas cosas – vendedores, animales, y hombre cambiando el dinero.  ¿Todo de eso en el Templo de Dios?  Increíble.
Los judíos quieren una explicación, un signo que puede explicar sus palabras y sus acciones en el Templo.  Pero, El respondió con palabras enigmáticas que no dan claridad a sus preguntas. El respondió que ellos pueden destruir este templo y en tres días El lo levantará. Pero El no hablaba sobre un templo de ladrillos y piedras -  El hablaba sobre un templo en nuestros cuerpos humanos. 
Como los judíos fueron al Templo en Jerusalén para un encuentro con Dios, en nuestro mundo moderno, fuimos a nuestra parroquia para tener un encuentro muy especial con Dios.  Encontramos nuestro Señor en este edificio en nuestra comunidad cristiana, en la Iglesia, en nuestros hermanos en Cristo.  Somos el nuevo Templo como Jesús era el Templo de Dios que resucitó en tres días después de su muerte en la cruz. 
Nuestro espacio sagrado en nuestra parroquia es un lugar donde podemos encontrar nuestro Dios.  Pero, también, no podemos olvidar que el nuevo Templo de Dios está presente en cada ser humano.  No podemos quedar fijado en la presencia de Dios en un edifico, porque Dios supera los limites de un lugar físico. 
Muchas veces, queremos poner los limites en nuestras relaciones con Dios.  Queremos poner nuestro Dios en una caja.  En el Cristo resucitado, tenemos un encuentro con Dios Vivo.  Los vendedores y los mercadores en el Templo en el Evangelio estaban allí para su propio interés, para su propia ganancia.  Necesitamos abrir nuestros corazones a la voluntad de Dios, a Cristo que vive en nuestra presencia, al mensaje del Evangelio.  ¿Podemos hacerlo? 

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