Friday, December 2, 2011

12/04/2011 – Homilía del segundo domingo de adviento – ciclo B – Marcos 1, 1 – 18


         Escuchamos las primeras palabras del Evangelio de San Marcos esta tarde.  Con las palabras del profeta de Isaías, el Evangelio empieza con una buena noticia para nosotros, con la buena noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios.  Isaías nos dice que hay una voz que está gritando en el desierto, una voz que nos dice que necesitamos preparar un camino para la llegada de nuestro Señor, un camino recto.
         Muchos años después de las palabras de Isaías, Juan el Bautista llega en el desierto.  Juan el Bautista está preparando un camino para nosotros.  En el tiempo de adviento, estamos en el desierto con nuestro Señor.  El desierto es un lugar donde los seres humanos tuvieron mucha experiencia con Dios, donde Dios estaba con su pueblo, donde Dios estaba con nosotros.  Dios estaba en el desierto con el pueblo de Israel cuando su pueblo estaba pasando por el desierto en su viaje después de su esclavitud.  El desierto es un lugar de vida también, de la vida que tenemos con Dios. 
         Tal vez, pensamos que estamos abandonados en el desierto, que estamos desolados.  Pero, no es la verdad, no es toda la historia.  Podemos encontrar Dios en el desierto en una nueva manera, en la soledad de este tiempo, en la palabra de Dios que está presente con nosotros en una manera muy especial.  Juan estaba en el desierto bautizando la gente.  En verdad, no hay mucho agua en el desierto.  En el desierto, el agua tiene una identidad muy preciosa.  Para nosotros, en nuestra vida de fe, el agua es el símbolo de la vida nueva que tenemos en Cristo, en la buena noticia que nos da vida, en nuestra vida de fe que puede crecer y florecer en el desierto de adviento, en este tiempo de espera.  Hay otros momentos de dificultad que tenemos en nuestra vida, en nuestra fe.  Hay enfermedades, hay momentos muy secos, hay sufrimientos y desafíos y problemas.  En estos momentos, podemos recordar con mucha ternura el desierto de Juan el Bautista, de su camino recto que el proclamó en su vida y en su mensaje.  Juan proclamó a la gente, al muchedumbre, a nosotros, que debemos convertirnos a Dios, que debemos cambiar nuestra manera de pensar, que debemos cambiar de actitud. 
         En la superficie, Juan el Bautista es alguien muy extraño.  El iba vestido de ropa hecha de pelo de camello y con un cinturón de cuero.  El comía langosta y miel del monte.  Pero, Juan hablaba la verdad; él predicaba el mensaje de Dios.  El preparaba el camino para la llegada de Jesús.  Y nosotros debemos predicar este camino en el desierto en nuestra vida también.  

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